jueves, 18 de febrero de 2010

Un renacer con el Bicentenario de nuestra Argentina

Si dijeramos que las leyes deben crearse conforme a las costumbres de cada pueblo, podríamos con certeza afirmar que, en una comunidad antropófaga, podrían penarse a los vegetarianos, sin embargo todos los pueblos tienden al progreso, y el proceso de civilización es una forma de progresar, consecuentemente se podría civilizar a nuestros caníbales dictando una ley que prohíba la antropofagia.
Lo mismo ocurre con el resto de los pueblos a través del mundo y la historia.

En Argentina necesitaríamos varias leyes que modifiquen nuestra conducta y ciertas (malas) costumbres.
Así como el caníbal necesita ser civilizado nosotros no somos ejemplo de civilización, sino más bien de egoísmo.
Si preguntáramos a cualquier persona cual es el principal orígen de los problemas de su comunidad, muchos responderían (¿con gracia?) los políticos, refiriendo en verdad a su mal desempeño moral del cargo. La verdad es que el problema no está en aquellos que hacen política sino en su corrupción, que degenera su conciencia.
Pero, a su vez, el orígen de dicha corrupción, no es la política (como si fuera una actividad inmoral), sino que radica en el egoísmo, el cual lleva a la corrupción al anteponer los intereses privados al de los gobernados; y no es redundante ni obvia la aclaración que el pueblo que los vota es el mismo que los cría, y el mismo que los sufre, y el mismo que los indulta.

El sentimiento de pertenencia al pueblo de la Nación está perdido (¿oculto?), y solo si se lo encuentra, solo si se lo descubre e inculca, institucionaliza, será posible un cambio.
Lo peor que le puede pasar a una Estado no son los políticos, sino las Aduanas Interiores al intercambio cultural y desarrollo del sentimiento popular, guiado unidireccionalmente al progreso y multidireccionalmente a todas las provincias en que se divide, y que lleva a sus habitantes a sentirse una verdadera nación.
Y a tal fin no es necesario que seamos todos pobres ni que seamos todos ricos, alcanza con la justicia aplicada en base a las necesidades y los méritos y el respeto hacia el prójimo.

Para salir de lo hondo y profundo, del obscuro reinado del egoísmo, comencemos progresivamente y como sabemos. No se le puede obligar al antropófago como lechuga de un día para el otro. Así, nosotros comenzaremos por ser egoístas cambiando primero cada uno de nosotros, examinando nuestras conciencias, para luego sacar a flote el espíritu nacional. Y para transitar este camino podemos hacer aplicación de los valores del cooperativismo: Ayuda mutua y esfuerzo propio; Responsabilidad; Democracia; Igualdad; Equidad; Solidaridad;
y por parte de aquellos que tienen la responsabilidad de guiarnos y dirigirnos:
Honestidad; Transparencia; Responsabilidad Social; Preocupación por los demás.

El cambio es posible, solo tenemos que comprometernos a querer cambiar, a ser mejores como personas individuales y como integrantes de la sociedad a la que pertenecemos.
Espero que estas humildes palabras nos lleven a reflexionar al respecto.

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